Deben existir pocas cosas tan dulces como el sabor de la champaña en lo más alto del podio de un gran premio de F1. Es posible que esta misma bebida sepa incluso mejor cuando se destapa para celebrar un campeonato pilotos y uno de escuderías al finalizar una temporada que se define por escasos 4 y 44 puntos respectivamente. Es posible que su sabor mejore luego de ganar una pelea monumental contra cuatro pilotos, todos ellos campeones del mundo (a excepción de Mark Webber). Es posible. Sin embargo, un piloto de F1 no se cansa de su sabor, no se acostumbre. Para un piloto de F1 no hay carrera más anhelada que la próxima y triunfo más esperado que el siguiente, y es esto lo que nos mostró Vettel en su RB07, en un glorioso día de sol en Melbourne, con una carrera ambiciosa, agresiva y en la que los adjetivos intratable e invencible sonaban por todos los rincones del Paddock, desde el garaje del Force India hasta la sala de prensa.
Un piloto de F1 como Sebastian es un cazador por naturaleza y una vez que ha conocido el sabor de la victoria, la busca, así tenga que llevarse algunos monoplazas por delante y pierda la cabeza en el intento. Precisamente, Seb conoció la victoria en el trazado del Autodromo Nazionale di Monza un 14 de Septiembre de 2008, luego de una carrera que dominó de principio a fin, casi con soberbia, solo para permitir que Kovalainen liderara 4 vueltas tras su detención en pits. Muchos escépticos, entre los que me cuento, dudaron de la realidad de los tiempos de la clasificación pasada por agua del sábado y pensaron que antes de cerrar la primera vuelta el Toro Rosso estaría ubicado en la cuarta o quinta posición para finalmente desaparecer en la historia de la carrera insignia de Italia, que hasta ese día solo había ganado una escudería; la del Cavallino Rampante. Sin embargo, el nacido en Heppenheim dio una lección monumental de control de su Toro Rosso - Ferrari (que algún día fue el mismísimo equipo Minardi de Paul Stoddard) y le entregó a la Scudería basada en Faenza su primera y única victoria desde sus inicios en el 2006 y hasta la fecha.
Desde ese día Vettel consiguió 16 poles, 11 victorias, y un campeonato mundial, siendo el piloto más joven en hacerlo. Pero lo más impactante no es esto. Lo más impresionante es la pasión que él ha inyectado al deporte y el sentir de una competencia abierta y visceral. Este es un piloto temperamental, igualmente capaz de conducir una carrera perfecta en Abu Dhabi en medio de la más feroz de las definiciones recientes del Mundial, así como de enfrascarse en una disputa absurda con su compañero de equipo al punto de arruinar sus carrera y dejar al equipo de Horner y Newey en la picota pública tras el GP de Turquia 2010. Vettel no representa la perfección pasmosa de un Michael Schumacher en su Ferrari 2004; la genialidad incomprendida de Gilles Villeneuve, la fastuosidad de Sena o la arrogancia de Raikkonen; el número 01 es diferente, aprende rápido, está listo para el espectáculo y pelea cada carrera como si fuera la del título mundial , la del último título mundial. Grande Sebastian.